martes, 11 de noviembre de 2008

Y**** (2ª mitad del 2007)




Y moriré en el intento si pienso desistir
incluso antes de haber comenzado.
Porque me he deshecho del miedo, mas la duda,
infame acosadora de la conciencia,
sigue perseverante al asecho de un descuido
en mis pensamientos ciegos,
en el latir de mi corazón al descubierto.

Y miré una vez más al cielo, como cada noche.
La luna no estaba llena, pero estaba ahí,
ocupando un lugar en el manto oscuro,
techo de la casa de la posibilidad total.
Luna, farol de los amantes,
cómplice de los infames;
infames adoradores de los sueños, de lo prohibido
y de la noche como lo soy yo.

Seguiré viva si me sujeto fuerte a tu anhelo,
a tu imagen y a tu presencia difusa
encerrada en mí mente cuando estás ausente;
justo cuando tu presencia corpórea
se encuentra a varios kilómetros
más al norte, más al este, más al oeste o más al sur.
No importa dónde sea que estés,
cuando cierro mis ojos conmigo siempre estás tú.

Diáfana, sencilla, a veces un tanto superflua
cuando llega la duda y dudo de mí,
pero siempre fiel a lo que soy:
un ser que surgió de la imaginación
de otro un tanto superior.
Y ahora vago buscando mi felicidad
justo dentro de mí, pero en todas partes a la vez.
Acribillada algunas veces y acribillando unas menos.
Pero siempre constante para no desubicarme,
con el mismo paso sin importar dónde ando.

Y una vez más me detengo ante ti
y sonrío, y respiro, y vivo.
Añadiendo “y” a tantas acciones, y sólo
por el simple hecho de que todas
parten de un principio por mi parte deducible.
Y (una vez más) encaro mi rostro al espejo.
Y (otra vez) miro dentro de mis ojos ese reflejo,
de mi reflejo que no es mío sino tuyo.
Tu silueta mentirosa, porque no es enteramente tuya,
es más mía porque es producto de lo que imagino,
de lo que quiero, incluso de lo que soy.

Y (de nuevo) después de dar vueltas
por la encrucijada de mi cabeza
me topo con pared, con lo que me desconcierta,
pero a la vez me alerta y me eleva aun más
y me aterriza con suavidad.
Y (como la mayoría de las veces) abro la puerta
y estás ahí, entero, presente, real, de pie,
sonriendo como sólo tú sabes, mirándome,
mirándome como sólo tú puedes.
Y (ya es costumbre) la luna llega, la duda se va.
Yo me aferro a tu cuello y no hay nadie más.
Ya no soy sólo yo, ahora somos dos vueltos uno
y esa es mi felicidad descubierta dentro de mi oscura razón.

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